
Modelo Coaching Humanista
Sin duda alguna, a la hora de elegir la escuela con la que me encuentro más identificado en mi acercamiento a los clientes como coach, será la escuela humanista. Estoy convencido de que, excluidas aquellas personas con alguna patología o disfunción observable y/o diagnosticable el resto de sujetos son personas plenas, que tienen autonomía y capacidad para tomar sus propias decisiones.
Dentro de las competencias que pongo en práctica de manera predominante al seguir dicha escuela son las competencias de la aceptación, la temporalización y el impulsar.
Es fundamental e imprescindible que mi escucha sea desde la aceptación y el compromiso total a aquello que el cliente ha decidido traer a las sesiones. Es muy fácil caer en la tentación de querer añadir una visión subjetiva y personal a aquello que el cliente trae, pero esto no haría sino alejarnos del objetivo inicial que persigo, que no es otro que el de crear un clima de confianza imprescindible para el transcurrir del proceso. Intento desde el principio crear un ambiente de trabajo donde mi cliente se sienta aceptado tal y como se me presenta en ese momento, en ese “aquí y ahora”. No se trata de que yo apruebe una u otra actitud, pensamiento o juicio que me traiga a la sesión, tan solo se trata de aceptarlo.
La empatía es un elemento clave que trato de poner en juego en cada vista, ya que necesito, en la medida de mis posibilidades, percibir el mundo con sus ojos, intento comprenderlo y entender cuál es la situación que trae desde su propio mapa mental. Mi objetivo es ayudar al cliente a trabajar en su propia situación como si fuese una parte de él la que cobra vida y le acompaña. Una parte de el mismo pero fuera de él que le ayuda a ver otros puntos de vista, puntos de vista que paradójicamente son también suyos, pero que de alguna forma estaban camuflados. A veces es inevitable que con todos los clientes pueda no pueda percibir la misma sintonía inicial, pero en la práctica, esto no afecta a mi trabajo, ya que me bastará con entenderlo desde sus “mapas”, obviamente dentro del más profundo respeto hacia su valor e integridad.
En mis sesiones y partiendo de los sentimientos que el cliente va sacando, trato de reflejárselos, separando los sentimientos del mensaje, con la intención de que el mismo, en este devenir cocreado, pueda evolucionar en sus planteamientos. La intención que persigo es que el cliente se acepte a el mismo con esos nuevos planteamientos que van entrando su mente.
Otro de los elementos esenciales a la hora de desarrollar mi actividad es saber discernir entre lo que es ayudar y lo que es reflejar. Mi función es la de reflejar al cliente aquello que él está trayendo a la sesión, ya sean actitudes, sentimientos,
pensamientos, etc, y que a través de las reformulaciones que le planteo sobre lo que percibo, sea el mismo el que escuchándose a través de mi voz pueda “caer” o tener un insight acerca de aquellos elementos de su vida que le pueden estar dificultando, bloqueando o limitando en la consecución de sus objetivos o metas. Sería un error flagrante en mi práctica, si tratase que el cliente persiguiese los objetivos que yo le plantease, que no lo hago, o que tuviese en cuenta exclusivamente aquello que yo le dijese. Es el cliente, y según su propia experiencia en el momento presente, el único que puede decidir los cambios que quiere para su vida. Mi función es la de acompañarle en este proceso de autodescubrimiento y auto aceptación, pero él es el único que puede decidir, partiendo de lo que es y lo quiere ser o alcanzar los pasos que han de venir en su camino. Solo, si consigo que se llegue a producir esta conversación honesta de él con él, el cliente estará en la senda adecuada para poder desarrollar sus potencialidades hasta el mayor límite posible que tenga. Parto de la premisa de que cada persona estamos predispuestas, una vez estamos ubicados en esta senda a desarrollarnos hasta el límite de nuestras capacidades alcanzando la necesidad de autorrealización.
Para poder alcanzar estos objetivos, es necesario que el cliente pueda percibir el componente autónomo de su propia personalidad (“self”) su “quien soy” y enfrentarlos con los ideales conductuales que ha aprendido a ejecutar en pos de una aceptación social (ideal del yo) “quien debo ser”, y en esta disonancia, una vez que consigo que el cliente sea consciente de ella, en caso de que exista me encuentro satisfecho como profesional, ya que será un nuevo punto de partida para el cliente y es que este nuevo conocimiento pasará a formar parte de su experiencias primarias.
En estas sesiones, intento acercar al cliente a su “self”, tratando de sacar a la luz toda la lista de los “deberías” que alberga en su mente con objeto de que sea el mismo el que pueda discernir su utilidad tanto en el presente, como para alcanzar sus objetivos futuros o porque no, como en la mayoría de los casos, su inutilidad funcional. Son sesiones en las que trato de que mi cliente sienta que es responsable de sus decisiones, ya que estoy convencido del tremendo efecto liberador que esto supone. Como no podía ser de otra forma, al igual que yo acepto al cliente, este ha de aceptarse no sólo a sí mismo, sino a los demás, destacando y poniendo en valor su propia individualidad, la de los otros y todo lo que esto supone. Para mí, es imprescindible que el cliente llegue a interiorizar estos conceptos para tratar de reducir la intensidad de los elementos desestabilizadores que el entorno, o bien el mismo, a través de su visión subjetiva, puede presentarle en el futuro, especialmente cuando mi acompañamiento haya terminado. Todos estos elementos construyen y refuerzan poco a poco una mayor confianza del cliente en sí mismo y en sus capacidades ayudándole a identificar sus fortalezas.
El último elemento que quisiera destacar, ya que sin él consideraría mi interacción como coach en una actividad inútil, es la autenticidad. Mi obligación es la de ser sincero y transparente en mi contacto con el cliente. Mi labor no es la de debatir intelectual, teórica o técnicamente con mi cliente. Estoy obligado a mostrarme tal cual soy, con mis sentimientos, haciéndolos visibles si con ello considero que puedo beneficiar a mi cliente en nuestro encuentro existencial.