La tristeza suele ser una emoción que se retroalimenta con suficiente facilidad hasta convertirse en un aro cerrado que genera un discurso circular cargado de negatividad y lamento. Puede partir de un hecho que nos hace sentir frustrados o impotentes, pero, en general, yo diría que nace de una pérdida; de la ausencia de algo que no hemos sido capaces aún de suplir o superar. Desde mi experiencia
observando las personas que me rodean y a mi misma, yo relacionaría la tristeza con un sentimiento de encontrarse “perdido” porque uno se vive a si mismo incapaz de llenar un espacio.
En una sesión de coaching nos podemos encontrar con un cliente que antes de empezar a hablar nos muestra su corporalidad: hombros echados hacia adelante, la cabeza un poco baja, los ojos un poco cerrados y la mirada hacia abajo o perdida, los brazos pesados y las piernas juntas (como recogido en si mismo). A veces le preguntaremos como se siente y nos responderá de primeras “Cansado”, es posible que sea simple cansancio, pero dependerá de nosotros y de su discurso destapar la tristeza, si es que existe. Esta emoción se suele acompañar de apatía, pérdida de apetito, falta de concentración, pesimismo e incluso exceso o falta de sueño.
Una vez identificada la emoción como tristeza, podemos comenzar por indagar sobre las causas que subyacen a ella precisando los pensamientos o creencias limitantes que la acompañan y cuestionanado su validez. A su vez deberíamos intentar que el cliente genere pensamientos alternativos positivos asociados a la situación detonante. Si el cliente llorase, yo no rompería su llanto pero intentaría controlar que no se alargase en el tiempo para evitar que el cliente se “regodee en su desgracia”, ya que considero que cuanto más tiempo invierta en un discurso lastimoso, más complicado será sacarle de ahí, y desde la la tristeza se tiende a la apatia en lugar de a la acción.
Es importante facilitar que el cliente refuerce su autoestima, para ello podríamos invitarle a cambiar la postura; poner la espalda recta y levantar la cabeza hasta que las miradas se encuentren más o menos a la misma altura. Desde esa postura podemos proponerle traer del pasado acontecimientos agradables y de logro y relatarlos como si estuviesen ocurriendo en este momento, identificar qué cosas hizo en esas situciones qué funcionaron y ver cómo podría aplicarlas a la nueva situación.
Si conseguimos que el cliente mire el aqui y ahora desde una perspectiva más positiva, podríamos proponer una visualización de la situación deseada y trabajar en cómo aprovechar su experiencia y su potencial en alcanzarla.