Es muy habitual hoy en día que en las Organizaciones se de mucha importancia a la COMUNICACIÓN, con mayúsculas, a que ésta fluya en todos los sentidos, de arriba abajo, de abajo arriba y en sentido transversal; que todos sepamos hacia dónde va la empresa y nos involucremos con los objetivos de la misma. Los empleados piensan que les hacen creer que su opinión importa, sin embargo, sigue perviviendo la creencia de que a los jefes solo se les pude decir lo que quieren oir.
Las críticas a ese super-proyecto que ha puesto en marcha la empresa y en que se ha invertido un dineral no se pueden hacer nunca públicas porque entonces da la sensación de que no estás alineado con la organización. Llevar la contraria a un superior no está bien visto, y la gente no se arriesga por miedo a las represalias. Yo creo que es una creencia limitante, pues hace que se queden muy buenas ideas en el tintero, mucha crítica constructiva que dicha a tiempo puede tener buena acogida entre los superiores. Lo importante no es qué decir o criticar, sino elegir el momento. Yo creo que los directivos del siglo XXI no son tan autoritarios, es más, les gusta saber lo que no funciona, incluso lo que depende directamente de ellos; lo que no les gusta (como a cualquiera) es que les critiquen públicamente. Si probamos a acercarnos al jefe, incluso al de más arriba, para darle una opinión sobre algo que no funciona o que se puede hacer mejor, poniendo por delante lo positivo que eso tiene, y a la vez, haciendo ver los puntos débiles, o mejorables, es muy probable que sea bien recibido. El que se arriesga a hacer crítica constructiva, aunque parezca que va en contra de algunas creencias de la empresa, tiene más posibilidades de desarrollarse dentro de la misma, que aquel que se limita a hacer lo que le dicen sin salirse de la línea establecida.
Esto me da pie a hablar de otra creencia muy limitante dentro de las empresas, sobre todo en aquellas que hay un elevado número de empleados con tareas manufactureras o más automatizadas: “no nos pagan por pensar”. Y así se quedan en el tintero múltiples ideas, a veces sencillas pero muy prácticas, porque se piensa que dar una idea, lejos de reconocerse como algo positivo, puede considerarse como revelarse a lo establecido o en otros casos, “hacerse el listillo”. Se prefiere pasar desapercibido que aportar ideas que puedan ser mal recibidas o, en el mejor de los casos, que se apropie alguien de ellas, pues no va a reconocerse que se le ha ocurrido a un operario. Afortunadamente esto está cambiando y en algunas organizaciones incluso de fomentan Concursos de Ideas entre la plantilla, dirigidas en muchos casos al ahorro de costes, que muchas veces los que están en el día día de las operaciones, tienen mayor facilidad para detectar; simples modificaciones en los procedimientos pueden ahorrar tiempo, y lo que es lo mismo, dinero. Creo que debe potenciarse esto en todas las organizaciones y dársele importancia y reconocimiento para que los empleados se animen a formar parte de los que toman decisiones y además de aportar brillantes ideas, sientan que forman parte de algo.