
Comunicación no verbal y Emociones:
¿me ayudas a crear un patrón?
Pensando en las emociones, en la gran lista que existe y en las que yo siento con mayor frecuencia, pongo en valor la relevancia que este asunto tiene para mí y cómo influye mi prisma a la hora de ver las cosas sobre lo que siento.
Tomar conciencia es el elemento clave para poder avanzar y es así como yo misma he sido capaz de evolucionar.
Y lo primero que yo me pregunto, y me gustaría compartir con vosotros, es si existe algún elemento individual y personal que nos haga enfrentarnos de distintas formas a las mismas emociones.
En algún lugar he leído la frase “la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación”, frase que me ha hecho reflexionar y me permite (tras la reflexión) exponer que, desde mi punto de vista, estos son los factores que influyen en mi posición ante las emociones: vivencias, pensamientos y experiencias previas.
Y para explicarte cómo he llegado a esta conclusión me gustaría comenzar hablando de mis hijos. Tengo tres hijos, de 0, 3 y 6 años. Cuando pienso en ellos no puedo evitar pensar en cómo sienten cada uno la alegría. Para Jaime, de 8 meses, la alegría se consigue con una sola sonrisa de su mamá o de su papá, es feliz sintiendo el calor de un ser reconocido y cercano y pudiendo palpar cualquier objeto a su alcance. Su cara se ilumina cuando descubre que es capaz de dar un paso y desplazarse sin la ayuda de los mayores. Por otro lado, para Lucas, 5 años mayor, la alegría es algo que manifiesta cuando recibe un obsequio. Es feliz jugando al futbol con sus amigos y revisando su colección de cromos.
La misma emoción no solamente tiene un componente cognitivo sino que también uno, y muy importante, experiencial. La madurez humana acompaña a la madurez emocional. Por lo tanto, una emoción, por sencilla que pueda parecernos, es distinta en función de quién la vive.
Por otro lado, el cómo nos enfrentamos a la aparición de dicha emoción y el cómo reaccionamos tras ella es también algo personal y, por encima de todo, motivado por nuestra experiencia previa. Una persona que se ha visto sometida a continuos halagos durante su niñez es más probable que sienta mayor grado de frustación ante un comentario de desaprobación que el que pueda sentir una persona que ha tenido que enfrentarse a continuos reproches durante su vida. La emoción quizá sea la misma, frustración, pero el grado en que aparece y la forma en que cada uno de ellos lo vive se ve modulado por su experiencia previa.
Esta reflexión la traslado ahora a la relación entre adultos en un entorno laboral. Un entorno que puede tornarse hostil en función de las circunstancias, no sólo laborales y actuales, sino también las vividas en un ámbito familiar.
Reflexionando sobre esto me viene a la cabeza una reunión, aparentemente sencilla y tranquila, en la que un determinado interlocutor responde con violencia a una pregunta sencilla, tranquila e inocente. Las personas poseemos una caja de experiencias que nos ayudan a enfrentarnos de diferentes formas a las mismas situaciones. Y es tras dicha reflexión que pongo en valor la importancia de trabajar sobre las emociones en los diferentes entornos en los que trabajo.
Las primeras preguntas que me vinieron a la cabeza fueron: ¿Dispongo siempre de esta posibilidad? ¿Cómo debo trabajar las emociones en personas, emocionalmente hablando, inaccesibles y con experiencias previas invisibles a mi conocimiento? En un entorno laboral tan exigente, en ocasiones hostil para el trabajador, ¿está social y culturalmente permitido hablar sobre emociones?
La respuesta a estas preguntas no se antoja fácil… Quizá el único elemento tangible sobre el podemos trabajar es sobre identificar disparadores en la expresión corporal, en la expresión facial y en el tono de voz. Pero ¿podríamos establecer un patrón? ¿Existe un modelo universal?
Cada individuo vive una experiencia genuina de sus emociones. Y tanto el comportamiento como la expresión corporal son, a su vez, genuinas y asociadas a la identidad. Un ejemplo claro de esto que digo es la posición de brazos cruzados. Es este un estereotipo conocido por todos y es fácil responder a la pregunta ¿qué actitud tiene una persona que tiene los brazos cruzados ante una determinada situación? Me atrevo a decir que cualquier respuesta va a ser errada puesto que el acto de brazos cruzados es un acto de cierre en algunos, que favorece la concentración en otros, de comodidad en muchos casos, armadura para las situaciones difíciles, desacuerdo….
Con el ánimo de dar respuesta a mi pregunta “¿podríamos establecer un patrón?” digo sí. Siendo consciente que lo digo desde el optimismo puntualizo que sí a un patrón que no pretenda ser universal, un patrón completamente personal y trazado tras el análisis minucioso del individuo y de cómo se enfrenta a determinadas situaciones, basado en el análisis puntual de lo que la situación le ha hecho sentir y como resultado de su experiencia. Sólo así podremos tener la certeza de que el patrón trazado se acerca a la persona en cuestión.
¿Me ayudas a crearlo?