
CATRA A UNA AMIGA
Querida y vieja amiga, una vez más nos volvemos a encontrar. ¡Vaya si tiene historia nuestra relación! Nos conocemos desde pequeñitas, ¡qué difícil se nos hacía en aquel entonces comunicarnos!; ni nos dábamos cuenta que estábamos allí la una para la otra, cómo si no entendiésemos para qué era nuestra amistad y por qué el destino nos había unido.
Recuerdo cómo si fuera ayer nuestros primeros problemas juntas; las primeras veces se nos daba por pelear y gritar, la cólera nos dominaba. Pero luego de repetidas peleas descubrimos que la rabia tan intensa que sentíamos al inicio disminuía después, muchas veces gracias al Tiempo, ese íntimo amigo de ambas que nos ha ayudado siempre que lo hemos necesitado a calmarnos y pensar con tranquilidad.
Me vienen a la memoria todas esas veces que hemos sentido miedo juntas, por la incertidumbre del momento, por no saber lo que nos deparaba el futuro, por no querer cambiar, o por sentir que perdíamos algo valioso para ambas; cuánto nos ha ayudado el Coraje, otro gran amigo nuestro, en esas ocasiones en las que precisábamos dejar la inmovilidad para atrevernos a actuar.
Ni qué decir de las veces que hemos llorado juntas, ¡esas si que han sido varias!, a veces en público y otras en privado. Hemos llorado por tonterías, como cuando vimos el Rey León por primera vez (por segunda y por tercera); otras tantas hemos llorado por cosas más importantes, como cuando nos frustramos porque nuestros proyectos no salen como querríamos. Felizmente Consuelo, tan buena amiga, ha estado siempre dispuesta a escuchar nuestros problemas y a llorar con nosotras cuando es necesario para desahogar nuestra pena.
Sin embargo, lo más importante y el motivo por el que escribo está carta es para agradecerte a ti querida Tristeza por haber estado siempre allí en los momentos de más dolor en mi vida. También quiero disculparme porque muchas veces te he tratado mal y negado tu presencia. La verdad, creo que no habría sido capaz de superar esas etapas si no hubiera sido por ti.
Gracias por haber aceptado el rechazo, el llanto e incluso el silencio; gracias también por haberme acobijado sin pedir nada a cambio, incluso gracias por haberme obligado a llamar a Resignación, aquella amiga tuya que me cae tan mal pero que es de gran ayuda cuando no hay más opciones en el horizonte.
Y sobre todo, gracias por esperar hasta que me recupere para partir.
En todos estos años que hemos pasado juntas, he aprendido que tu amistad es tan necesaria como el aire que respiro; que eres una amiga tan desprendida que hasta eres capaz de soportar los peores momentos y luego dejarme libre para poder disfrutar de los mejores, aunque no sean contigo. Espero que en los años que nos quedan nuestra relación sea cada vez más fácil y sincera; intentaré aceptar tus defectos y tener presente más a menudo tus virtudes para que cada vez que nos reencontremos nos ronde un ambiente de tranquilidad y esperanza.
Hoy que nos volvemos a encontrar, te recibo con los brazos abiertos porque sé que te necesito para sanar. Sé también que pronto te irás, pero que volverás nuevamente cuando te necesite. A pesar de lo difícil que ha sido siempre nuestra relación, hoy te acepto como eres: intensa, suspicaz, inestable y valoro lo que me das: cobijo, compasión y espacio.
Gracias por tanto y hasta la próxima querida Tristeza.
LEILA ÁLVAREZ
Coach Ejecutivo-Organizativo Profesional