
“ No se permite más de dos visitas por paciente”.
Aquel anciano diligente parecía muy dispuesto a cumplir con su encomienda hasta que saqué mi libro de cuentos:
-‐“ Entonces, ¿no voy a poder acostar a mi amiga?” – confieso que acompañé el comentario con esos pucheros que a veces me salen con los labios cuando me siento contrariada en algo-‐ “ Verás. Me llamó hace una hora. Estaba muy nerviosa porque mañana la operan de un cáncer complicado. Pensé que tal vez si le leía un cuento bonito y divertido eso la relajaría para poder descansar”
Los ojos apagados del anciano que guardaba las puertas de La Paz cada noche se llenaron de estrellitas. Recitó un poema muy gracioso y muy largo dedicado a mis ojos azules, me dio un abrazo y me acompañó al ascensor:
-‐“ Suerte con tu amiga”
La habitación de Mabel era como un congelador. La acompañaban Luis y Yolanda, su mejor amiga. Los tres discutían muy nerviosos cuando yo entré con mi libro bajo el brazo. No aceptaron mis bromas ni entendieron mi sonrisa, pero les pareció muy buena idea irse a casa a descansar y dejarme allí con la enferma.
-‐“ Joder, eres la hostia….¿ A ti te parece normal venir al hospital a ver a una tía de 60 palos con un libro de cuentos infantiles?”. Yo ya sé que mi amiga lo decía con una mezcla de cariño, sorpresa e intriga…y lo de los tacos viene siendo habitual en situaciones de mucha tensión, si la conoceré bien…
Que va, no entramos directamente en acción con el libro “ Nunca beses a una rana”. Había muchas cosas que compartir antes de relajarse. Que si el cáncer no tenía por qué haber evolucionado así, que si era un castigo que recibía de su difunta suegra por haberla querido tan mal….Así sobre el papel suena muy trágico, pero nos reímos muchísimo recordando las diferentes fases de evolución de su enfermedad y los disparates que acompañaron a los síntomas ( y las locuras que hace Mabel cuando se ve en situaciones desesperadas, ¡genio y figura la muchacha!), y lo pesada y entrometida que era su suegra, que en paz descanse. Y las historias tan divertidas que contaba Isabel, la madre de Mabel, muy aficionada a narraciones “picantes” ( y es que no me extraña que hasta le saliera un novio “ guapetón y con un Mercedes” a sus 85 años, cuando llevaba viuda más de 20, porque esta mujer era “ pura vida”, ¡!menuda energía). En fin, que cuando por fin nos acordamos del libro de cuentos eran más de las doce de la noche, Mabel estaba entregada a los relatos como una niña pequeña, y le pareció lo más natural del mundo que su loca amiga le leyera para dormir.
Ya imaginas que no se conformó con un cuento ni dos. Estaba tan entusiasmada con la escena que hasta se animó a leer una página cada una, e intercalaba comentarios personalizados sobre las actuaciones de las princesas menos pusilánimes del mundo de fantasía. Mujeres valientes que se atrevían a pelear en los torneos, cabalgaban a lomos de enormes dragones y jugaban al baloncesto en el recreo. No se lo digas a nadie, pero creo que Mabel guarda cierto parecido con la princesa Romualda….y ella también lo pensó, pero no dijo nada.
No se qué hora era cuando volví a casa. Sí recuerdo una luna llena muy luminosa y una sensación de muchísima paz, de haber recibido muchísimo de mi amiga en aquella habitación de hospital.
A la mañana siguiente, llamé para interesarme por la operación. Curiosamente, en la misma habitación estaban los tres mismos personajes que me recibieron la noche anterior. Reían a carcajadas.
1 Comentario
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Muy bonita historia, es que hay gente en este mundo con el don de curar los corazones… 🙂