La principal diferencia entre ambas palabras es desde dónde se origina la acción: la obligación nos viene impuesta desde el exterior, mientras que el compromiso emana de nuestro interior. Habitualmente no tenemos la opción de aceptar o no la obligación, y tenemos que cumplirla, a veces a regañadientes… lo que no suele acabar bien, o al menos todo lo bien que podría ¿Por qué? Porque cuando hacemos algo impuesto ya empezamos con mal pie, no le ponemos toda la energía que podríamos (aquí habría terreno para explorar otra distinción: energía vs entusiasmo, uno puede gritar con mucha energía pero no tiene por qué hacerlo con entusiasmo, ¿verdad?).
Por otro lado, cuando nos comprometemos a hacer algo lo estamos aceptando libremente, sin presiones externas, lo hacemos porque queremos. Es una elección nuestra, libre, podemos enfocarla como un reto personal. Esto provoca que frecuentemente se llegue más lejos de lo inicialmente previsto. Quien se compromete se convierte en protagonista de la historia, le imprime su sello personal a la tarea que está realizando, la convierte en su historia.
Conozco una empresa del sector médico cuyos ejecutivos y vendedores no tienen objetivos de ventas impuestos (los famosos “planes”), sino que cobran una comisión directa de la facturación. Esto podría generar un cierto acomodamiento por parte de los empleados, en plan “ya tengo mis necesidades cubiertas, ¿para qué trabajar más?”. Sin embargo cada año mejoran las cifras, en ocasiones de manera espectacular. ¿Por qué? Porque los empleados están comprometidos con su tarea, le ponen entusiasmo y disfrutan con ella, constituye un reto y por eso mismo se superan una y otra vez.