Las tres C’s de la emoción: conjunto, conciencia y coherencia

Por: Ana Soler

 

Las tres C’s de la emoción: Conjunto, Conciencia y Coherencia

 

Hasta hace bien poco hubiera sido impensable considerar las emociones o, por ser más rigurosos, la afectividad (entendida esta última como la capacidad de ser modificados interiormente por una realidad presente; mientras que las emociones son experiencias afectivas) un rasgo definitorio del hombre a la altura de la racionalidad o la sociabilidad. Pero hoy en día ya no sólo se define al hombre como animal-racional, sino como animal racional- afectivo.

La afectividad tiene dos misiones principales: impulsarnos hacia nuestra autorrealización (los que podríamos denominar afectos activos, como los deseos, las inquietudes y tendencias que nos mueven a trascendernos y superarnos a nosotros mismos) e informarnos de cómo nos encontramos ante una determinada circunstancia, realidad o persona (los que podríamos llamar afectos pasivos). El papel de la afectividad, por tanto, no resulta baladí.

Sin embargo, sería insensato analizar la afectividad de forma individual y aislada, porque todo ser humano no sólo está constantemente sintiendo, sino también, y al mismo tiempo, pensando y haciendo. Podemos, por tanto, distinguir tres ejes existenciales en la persona que están en constante y mutua interacción: afectividad, pensamiento y comportamiento. Estos tres niveles son los que integran y constituyen la totalidad unitaria de la persona.

Queda patente su interrelación en, por ejemplo, una de las funciones de la afectividad que se ha mencionado anteriormente: dar noticia a la persona acerca de cómo se encuentra ante una determinada realidad. Para analizar esta función, no sólo hay que tener en cuenta de forma individual las emociones, hay que considerar que nuestro mundo emotivo convive y se ve afectado por nuestro pensamiento e influye en nuestro comportamiento. De hecho, muchas veces no es la realidad, la situación objetiva, sino la representación mental de esa realidad, nuestra “realidad pensada” (generada en base a los filtros de nuestras ideas, creencias, mapas mentales y cognitivos) la que provoca emociones que, ya en su origen, son erróneas porque informan de una situación que no es la real. Por tanto, los afectos son una poderosa herramienta de descubrimiento y trabajo para las personas y, por consiguiente, para el coaching, pero estudiados desde su interrelación con los pensamientos y los comportamientos.

Pero es tal el protagonismo de las emociones en la sociedad actual (hemos pasado del extremo racional (considerar razón por encima de emoción y fomentar la represión de las emociones) al extremo emocional (considerar emoción por encima de razón y fomentar el libertinaje emocional), que para muchos reprimir su expresión más primaria es todo un ataque al desarrollo personal. Saber expresar las emociones muchos lo entienden como, ante el miedo, la ira, la tristeza o la alegría, responder de forma primaria con la huida, la agresión, el aislamiento o la explosión. Para el coaching, trabajar las emociones implica trabajar las tres C’s: conjunto, conciencia y coherencia. Es decir, trabajar desde el conjunto de la persona, para tomar conciencia de su realidad y conseguir coherencia en su vida.

En este sentido, el primer paso es entender y acercarse a la persona no como individuo que queda definido por sus emociones, o por sus pensamientos o por sus comportamientos. Si no como un ser complejo y completo conjunto de todo ello. Y el segundo paso es trabajar para

tomar conciencia de las emociones, los pensamientos que las acompañan y las conductas que las desencadenan. Este paso es esencial para que la persona pueda aprender y conseguir ser la mejor versión de sí misma. Y es que sólo desde la toma de conciencia, se tendrá la libertad de decidir y poder responder al miedo, con el afrontamiento; a la ira, con el diálogo; a la tristeza, con la petición de auxilio; a la alegría, con el compartir. Sólo así se tendrá la posibilidad de decidir en qué momento expresar la emoción, con qué persona y en qué medida. Sólo así se tendrá la posibilidad de integrar lo que se piensa y se siente con lo que se hace, consiguiendo así esa coherencia interina que muchos denominan felicidad.

 

 Ana Soler Ripolles

Ingeniera Superior Aeronáutica

Coach Ejecutivo-Organizativo Profesional

 

 

 

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